A lo largo de la historia, la vacunación ha sido un arma fundamental para erradicar enfermedades como la viruela, que aparecieron en el mundo mucho antes de que el “movimiento antivacunas” siquiera exista. El peligro de esta corriente de pensamiento, que cobró fuerza tras la pandemia del COVID-19, pone en peligro a millones de niños en todo el mundo.
Días atrás me tocó publicar el comunicado divulgado por la Sociedad Paraguaya de Pediatría en el que, entre otros aspectos, hacían énfasis en la necesidad de reforzar los controles en el consultorio para constatar que todos los niños y niñas cuenten con el esquema esencial de vacunación.
Los comentarios sobre aquel artículo me generaron sorpresa, pero principalmente, preocupación, considerando que, quienes respondieron aquel posteo eran personas que manifestaban su oposición a las vacunas.
El movimiento “antivacunas” empezó a cobrar protagonismo tras la aparición del COVID-19, ocasión en que la variante del coronavirus SARS-CoV 2 irrumpió en un mundo que en ese momento mostró no estar preparado para una nueva pandemia.
Luego de que la enfermedad logre diseminarse por todo el mundo, que en paralelo sobrevino con una oleada de fallecimientos que parecía incrementarse día tras día, inició una vertiginosa carrera por el desarrollo de una vacuna que pudiera contrarrestar el virus y convertirse en la “salvación de la humanidad”.
Pfizer, Astrazeneca, Moderna. Estos son solo algunos de los principales laboratorios del mundo que decidieron apresurar al máximo posible la creación de la ansiada vacuna anticovid, presionados por la crítica situación a nivel global que demandaba tener una cura lo antes posible para un virus con el que aún el día de hoy debemos convivir.
Coincidentemente con esta situación, los conocidos como “antivacunas” empezaron a cobrar cierto protagonismo en debates surgidos en foros, redes sociales, campañas y, en ciertos casos, hasta en programas de televisión que les daban algún que otro espacio para expresar sus ideas e inquietudes.
La línea discursiva de este colectivo fue ganando cada vez más adeptos, al punto de convertirse en algo que pudo mantenerse aún en esta era pospandemia. Basta con verificar comentarios en Facebook, Twitter o TikTok, así como también en WhatsApp (herramienta de comunicación ampliamente utilizada para divulgar su mensaje desinformante) para percatarse de la cantidad de personas que siguen pensando lo mismo: que las vacunas “matan”.
El error en esta forma de pensamiento trasciende la simple ideología y va mucho más allá del simple hecho de “pensar distinto al resto”. Ya se considera como un peligro para la humanidad, pero principalmente, para la población infantil que es la más propensa a desarrollar formas graves de cualquier tipo de enfermedad.
Recientemente se confirmó en Paraguay un nuevo caso de sarampión, el primero después de 10 años, puesto que la circulación del virus fue erradicada en el 2015. Desde aquel entonces, nuestro país se mantuvo libre de la enfermedad, todo gracias a la vacunación, aunque algunos quizás piensen lo contrario.
Volviendo al tema inicial, recuerdo que aquella publicación sobre el comunicado de la Sociedad de Pediatría logró sumar varios comentarios de hombres y mujeres (varios de ellos, probablemente, padres de familia) que cuestionaron la eficacia de la vacunación, además de señalar aspectos sobre la supuesta composición de las vacunas que no pasan de ser simples “fake news” divulgadas por el movimiento antivacunas. En esto se incluye el desmentido rumor sobre el grafeno (que jamás estuvo presente siquiera en este tipo de inoculantes).
Si nos hacemos la pregunta ¿cuántos de estos hombres y mujeres, padres y madres, que mantienen una posición que rechaza abiertamente cualquier tipo de dosis (incluyendo la antisarampionosa) están poniendo en riesgo la vida de sus hijos e hijas? Probablemente, la respuesta sea la que menos desearíamos escuchar.
A lo largo de la historia, las vacunas han logrado hitos importantes en la erradicación de enfermedades, varias de ellas mortales. Por citar solo dos ejemplos concretos, podemos mencionar la viruela, que fue declarada erradicada en 1980, y la poliomielitis, que está muy próxima a cumplir ese mismo objetivo luego de años de ardua vacunación en todo el mundo.
El ya mencionado sarampión, así como la rubéola, la fiebre amarilla y la hepatitis B también se encuentran siguiendo el mismo camino, en el afán de ser declaradas “completamente erradicadas” en todo el mundo. En todos estos casos, la ciencia y la medicina jugaron papeles fundamentales para la investigación, el desarrollo y la posterior implementación de cada inyección, pese a quienes pudieran pensar lo contrario y hasta osen cuestionar su efectividad en nuestro organismo.
Poniendo todo esto en la palestra, podemos afirmar con certeza que…señor, señora, las vacunas no matan.
Por: Robert Bourgoing (@robertb_py)
Fuente: Diario Hoy
